EDMUNDO CAMARGO FERREIRA


Sucre, Bolivia, 1936 - Cochabamba, 1964

HAY UNA ANCIANA 

Hay una anciana que siempre come sola, 
me ha hecho llorar el verla 
como si fuera el hijo que no llegó a tener. 

Me ha mirado en silencio; 
la he mirado gritando con mi alma 
tú no estás sola, abuela, 
tú no estás sola. 
Un foco ha llorado su lagrimón de vidrio, 
en la alcuza el vinagre se ha hecho dulce, 
y la anciana mascando su propio pensamiento, 
me ha mirado de nuevo, dulcemente.

BATANES DE LA PENA 

Viejo el planeta tiene la forma de una lágrima 
que algún dios lloraría de un ojo ya sin llanto. 
La sombra da su sermón de fraile a la tierra mendiga, 
que arrastra en los caminos su sandalia de polvo 
y el árbol pasa lista a su alumnado de pájaros violetas. 
Yo quisiera esperarte sin este pergamino de pena, 
escrito con tu nombre. 

El tiempo te recorta del libro de la noche 
y sólo queda un hueco por donde pasan roncos los planetas. 

Si estás hecha de la plegaria que repiten los árboles, 
cuando juntan las hojas de sus manos 
y eres dulce como el verso desnudando la piedra. 
Hoy la noche ha llegado mordida por los perros 
y el aire 
cuelga un gallo difunto sobre el viento. 

Amor, ya no dejes tu paso junto al pozo; 
allí se ahogó la luna, y flota muerta. 
Pasa de largo hasta encontrar mi sangre 
creciendo hacia mi alma basta tocar el sueño, 
porque la muerte quiere medir nuestra existencia 
para su metro exacto de tierra hereditaria. 

Estoy solo, más hecho de silencios que de olvido, 
en tanto que la sombra es una plaga de ratones 
royendo este pedazo de luz trasnochadora 
y se enmohece la herrería metálica de un grillo. 

Ya mi voz va agotando su lenta concertina 
porque no llegas a borrar el cinema de otoño sobre el alma, 
acaso tu vacío puede zurcir las redes de la noche 
que aprisionan los astros 
y que hoy un mundo deshizo al huir de la nada. 

Mi dolor sale a gritos a predicar tu nombre en el camino, 
mas la tierra mendiga sólo extiende la mano 
donde cae 
la moneda de estaño de la luna. 

EL MAR 

El mar curva sus barrotes de hierro 
sobre un pájaro muerto 
enmohece en oficio corrosivo 
la sal las jaulas de mercurio 
los días lentos sobre escarabajos voraces. 
Sus esqueletos antiguos 
suenan en el fondo 
arroja a la arena sus cadenas 
sus carabelas de niebla 
sus agujereados paños de yodo 
echa a la playa redes llenas 
de aullidos de metales oliendo a eternidad. 
El mar tiene una antigua memoria 
bajo espinazos secos de constelaciones. 
Al fondo late el día 
en una vasta pulsación de flores venenosas 
en abejas de aceites duros 
espolvorea la siniestra primavera 
los estambres marítimos. 
Entre maderámenes 
rojos como las carnes de animales malheridos 
desovan especies multicolores. 
Yacen los barandales oliendo a golondrinas 
los hierros gangrenados 
yace el casco humeando amapolas 
entre medusas y vegetales 
poblados de extraño movimiento. 
Las herméticas cámaras 
encuentran el consuelo de sus viejos cadáveres 
y en proa la campana descarnada 
tacha, a veces, aires líquidos 
derramándose entre esos dedos peligrosos 
del óxido. 
La extraña tripulación yace 
en un idioma hecho a fósforo 
y en lo alto de la arboladura 
aún cree ver el vuelo posado 
de los pájaros sonrientes. 
El ciego capitán arde en la noche 
desde donde no zarparán a puertos 
de hollín alborotados 
y grúas trashumantes sudando sol. 
Un dios brusco y sumergido 
sopla una armónica de histéricos azules 
en el fondo del mar. 
Royó los esqueletos venerables 
fue telaraña crecida en tomo al hueso 
combatió los días flotando húmedos 
como los maderámenes de un naufragio. 
Dispersó las herencias 
sepultó los principios.

Bate esquilas en manadas verdes 
incendia a niebla los abetos 
su tiempo es lleno de oscuras amenazas 
su cementerio herido de palomas 
sus caballos de metal temible. 
La sal trunca los arcoiris petrificados 
sus lienzos agujereados de fósforo 
y sus gorjeos en torno a un caracol. 
En catedrales que el hombre no verá 
roza páginas de agua 
en apoteosis flageladas. 
Sus bosques de cristal gotean pájaros de hierro. 
Los meteoros llovían y ahondaban 
sus campanas mudas 
sus voraces gaviotas dieron caza 
basílicas sobre tierra pesada de rostros 
y primaveras evaporando en el cerezo 
sus alcoholes 
bajo la arcilla recomenzaba el éxodo de un pueblo 
desgarrado por el lento relámpago del árbol. 
Sus senos fueron batidos 
manchados de mi 
como las páginas de una antigua biblia. 
Aun en su temible corazón fue el amor 
fecundando los humeantes líquidos 
los días de mercurio vibraron bajo celos 
incoherentes. Fue en ejes trepidantes 
en paleas de mareas férvidas 
bajo su vientre palpitaba un esqueleto 
de pájaro 
débil como la cruz en la punta de un naufragio. 
Entre escuderos de hierro enmohecido 
y oleajes de palomares desatados 
el mar combate en oficio corrosivo 
arroja a la arena sus badajos sucios 
carabelas tatuadas por los viejos 
alquitranes del alba 
pero en lo interno tiembla mujer arrodillada 
y sueña ser el agua que hundió 
allá en la infancia el barco de papel

Edmundo Camargo Ferreira. Poeta. Radicó desde su infancia en la ciudad del valle. Hacia 1955 sale del país para seguir estudios de filosofía y letras en Madrid, para luego trasladarse a París donde armó su familia. Allí se relacionó con la literatura surrealista determinante en su obra. Retornó a Bolivia en 1960, luego de dos años cayó enfermo de gravedad, hecho que fue el detonante en producción literaria relacionada con la muerte.


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