DANIEL CALVO


Sucre-Bolivia, 1832-1880

EN LA HORA DEL DOLOR


Es Viernes Santo: alumbran los fúnebres blandones 
El tétrico santuario con claridad sombría; 
La música resuena fingiendo la agonía, 
Las ultimas congojas del hijo del Señor. 
Doliente como el grito del hombre que se abisma, 
Triste como las luces que alumbran una tumba, 
Terrible como el viento del ábrego que zumba, 
Llega por fin la hora postrera del dolor. 

Las naves majestuosas del templo se obscurecen, 
Y rasgase en pedazos el velo del santuario, 
Mientras en las tinieblas el eco solitario 
Responde al sacerdote que dice una oración. 
¿Quién entonces conserva su corazón tranquilo? 
¿Por qué frente no pasan nublados de tristura? 
¿Quién entonces no prueba del cáliz de amargura 
Una gota de acíbar que cae al corazón? 

II 

... 
Tú, excelso Dios, que amante, en sacrificio 
Te ofreces por el hombre que es tu hechura, 
Padre de la virtud, censor del vicio, 
Oye la voz de humilde criatura. 

Da a las campiñas mies, jugo a las flores, 
Pan a los niños que por hambre lloran; 
Concede al infortunio horas mejores, 
Luz a los seres que en las sombras moran. 

Por el indio infeliz que no reposa; 
Por el negro que siente la amargura 
De larga esclavitud, y por la hermosa 
Virgen que pisa nuestra tierra impura. 

Yo te ruego por todos...Que la fuente 
No se agote, Señor, de tu bondad; 
Y al bueno, al malo al rico, al indigente 
No le falte tu sol de caridad. 

Inmenso Dios, en cuanto a mí, te pido 
La sombra de una palma en el desierto, 
Un alma que responda a mi latido 
y, para amarte, un corazón abierto.

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